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Darse un tiempo

 

Dicen que «el opio de las mujeres es el amor», y no se equivocan. Parece nuestro talón de Aquiles, constantemente doliendo, preocupando, deseando, imaginando… ocupando nuestro espacio mental.

El amor en mayúsculas o en minúsculas, el amor como ilusión y como herida, el amor con sus subidas y sus bajadas, con su soledad y con su locura, nos secuestra gran parte de la vida.

Cuando estamos solteras lo ansiamos, buscando algo que nos complete que viene del mito del amor romántico que habla de esa búsqueda de una media naranja. Si pasa un tiempo mientras buscas y buscas a una mujer que te entienda, te quiera y te respete, vives una montaña rusa entre ligoteos y esperanzas/desesperación, recordando momentos en compañía en tu pasado que te hacían sentir mejor. Al cabo del tiempo puedes empezar a comprender que necesitas sentirte completa sin que nadie te complete para tener una relación desde la plenitud y no desde la carencia. Esa carencia que hace que, con miedo, te aferres a aquella(s) que te prometen llenar un vacío existencial -que viene por defecto en la especie humana- y que, en vez de curar la herida, solo echan sal en ella, haciendo que escueza, que duela.

Cuando empiezas una relación con alguien que ha encontrado ese punto de equilibrio en su vida te ilusionas profundamente y, si no te das cuenta, proyectas en ella esa esperanza casi bíblica de salvación. Esperando la caballera andante, no nos damos cuenta que la princesa, la caballera y el dragona viven dentro de nosotras, compartiendo espacio, peleándose entre sí.

Pero cada frustración es un crecimiento. Un aprendizaje que tenías que incorporar en tu vida. Las personas en tu vida están para que crezcas y aprendas como persona, o al menos así lo veo yo. Y cuando alguien se cruza y no te da lo que esperas, también sirve para mirarte a ti misma y ver cómo esas heridas resuenan en ti, alertándote de algo que está ahí doliendo y ansiando.

Si esa relación se mantiene, al cabo del tiempo puede hacerte crecer y aprender, pero también existe el riesgo que te pierdas en ella, por eso de que tornamos el centro de nuestra vida otra persona o la relación. Es entonces cuando, pese al amor, te sientes más apagada y la rutina se apodera de tu vida. Muchas veces nos olvidamos de nuestro poder de decisión y creemos que es lo que toca, lo que debe ser. Y no es así, tu decides en qué condiciones o de qué modo quieres vivir tu vida – esa que es limitada y que se acabará- y la relación debe ser algo más, no una cadena, sino una oportunidad para que seas o vivas lo que sientes y quieres vivir.

En entonces cuando hay que parar. Hay que pensar. Hay que darle al «pause» y volver a recuperar la individualidad y a escucharte a ti misma. ¿Yo qué quiero? ¿Qué siento? ¿Qué necesito?

Darse un tiempo.

Y en esas respuestas existen infinitas posibilidades. Seguir en esa relación con otros términos. No seguir. Cambiar de aires. Volver. Irse. Pero todo bajo la serenidad de lo que sabes que es bueno para ti, sin que el miedo sea el que marque los pasos. Sin que la ansiedad lo precipite todo. Tomando las riendas de tu propio dragón. Sintiéndote TristiVa: Triste y Viva a la vez, con la posibilidad de elegir, con la libertad de recordarte existiendo.

Que el dolor propio sirva para que el dolor ajeno sea más leve. Con música de fondo, de esa que hace el mundo un lugar mejor.

Paula Alcaide
info@palcaide.com

Soy Paula Alcaide, psicóloga especializada en atender a mujeres lesbianas y bisexuales que buscan convertir en una fortaleza su orientación sexual y disfrutar libremente de sus relaciones con otras mujeres sin miedos, ansiedad, vergüenza o culpa.

1 Comment
  • Rita
    Posted at 10:36h, 16 junio Responder

    Excelente artículo Paula. Haciéndote cargo de tu tristeza y al mismo tiempo del impulso vital. Un fantástico recurso del “darse cuenta”.

     

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